Gamarra Madeinperú

Dicen que dentro de los límites de ‘La Rica Vicky’, la siempre peligrosa selva de cemento, se levanta el conglomerado textil más grande del Perú y una de las más importantes en Latinoamérica: “Gamarra”. Aguerrida ciudadela dedicada a la producción y venta de productos textiles e insumos manufactureros, que ha sabido posicionarse en el mercado con la nueva imagen que ofrece. Además se ha convertido en un fuerte proveedor de las tiendas por departamento y grandes almacenes capitalinos. También dicen que uno encuentra variedad de productos "Made In Perú" de buena calidad, pero sobre todo a bajos precios. Tanto brillo tenía que comprobarlo con mis propios ojos. Subo a un ‘chosicano’ y luego, en Vitarte, a otra ‘combi’ que me deja en Gamarra.

Es alrededor del mediodía cuando el carro se planta. “Baja, baja. Último paradero”, dice el cobrador, antes de añadir, defendiéndose ante los reclamos: “Más adelante no hay pase, señora, no se puede pasar”. Apenas bajo de la ‘combi’ siento que me siguen. Estoy en Aviación, a dos cuadras para llegar a Gamarra y debo apurar el paso tratando de no pisar los pedazos de cielo desteñido que humedecen los huecos en la pista. La chatarra que abunda es ofrecida por hombres, de mirada dura e inexpresiva, que empujan pesados triciclos de carga. A lo lejos puedo distinguir que, detrás de las rejas que resguardan al emporio, otro ambiente se respira.

Gamarra es un oasis multicolor con palmeras que alcanzan los 10 pisos, ventanas desbordando ropa, y un impresionante río de gente en constante movimiento ramificándose por sus 34 manzanas, en especial los ‘sábados de crecida’ cuando la afluencia de compradores se torna densa y compacta. Avanzo hasta llegar a la calle principal, la misma que soportó 2.5 millones de personas el último fin de semana largo de Fiestas Patrias. Me sumerjo en la muchedumbre y me pierdo en ella. Personas de todos los colores y fisonomías, de todas las edades, culturas y tendencias ideológico-político-sexual-religioso. Es mentira que sólo las chicas saben vestirse bien y son más compradoras; veo chicos bien a la moda, con bolsas de plástico publicitando marcas peruanas, entrando y saliendo de las galerías, que en realidad son muchas, muchísimas. Me podría tomar más de un día visitar todas. En el aire se percibe una atmosfera festiva. Me siento estimulado para la compra, por todas partes veo ropa: en la entrada de las tiendas, en las ventanas, en los balcones, sobre los maniquís, colgados del brazo del ambulante, en los afiches publicitarios. Eso sin contar la voz de los jaladores invitando, por el altoparlante, pasar a su establecimiento. Pantalones rectos, pantalones pitillo, cadera, ultracadera. Casacas térmicas, poleras, bóxers, medias, ternos, vestidos de novias, vestidos de noche. Ropa casual, deportiva, para las gorditas sexys y para los ‘emos’.

Trabajo y festejo

A un lado de la calle, la gente se aglomera dibujando un círculo. Observan una mujer que, sentada sobre el cordón de la vereda, realiza unos golpeteos rítmicos sobre el piso con unas botellas de plástico a modo de baquetas. No está sola, sus hijas, de color afro igual que ella, la acompañan en el show. La mayor, que debe tener 8 años, danza un festejo tan bien bailado que inmediatamente llama mi atención. Ella tiene pies ligeros y es coqueta, a pesar de tener la ropa decolorada, sin vida por los años de uso. Sus zapatos también están gastados, y en ellos, uno que otro dedito se asoma en las puntas. La mata de pelos que tiene en la cabeza es minuciosamente ensortijada y de color opaco. La hija menor es una nenita delgadísima que no debe pasar los 5 años. El cajón que toca, con sus minúsculas manos, emite unos curiosos repiqueteos que apenas se dejan oír. Sus ojos dormilones me miran sin ver y, cuando me acerco a ella, me parece que sus largas pestañas curveadas no terminan por desperezarse del sueño infantil. Cuando cambian de roles, y la nenita empieza a bailar, me sorprende descubrir que en esa criatura, lo que le falta en tamaño lo tiene en gracia y picardía. Ella se roba el show, se roba nuestras sonrisas y también nuestras monedas. Mueve su diminuto esqueleto con una maestría genética, de sangre, herencia de sus ancestros. Cuando alguien se acerca a depositar algunas monedas, ella abre sus brazos extendidos hacia él, como si fueran tenazas, casi tocándolo, y mueve la cintura que no tiene con tal habilidad que el público estalla en risa. No es el único espectáculo, hay varios que se realizan en diferentes puntos del emporio comercial; como el de Oliver, que domina la pelota sin dejarla caer al piso. Sus piruetas lo harán famoso algún día.

No sólo hay tiendas de ropa, sino también bancos, restaurantes, establecimientos de telefonía móvil, cabinas de internet, bodegas. Son pocas pero las hay. Llego a las dos galerías de Diógenes Alva Alvarado, el presidente de la Coordinadora de Empresarios de Gamarra, hombre ejemplo y vecino ilustre del emporio comercial. La primera se llama Leo, y a la segunda le puso: El Éxito, en claro testimonio a la vida sacrificada que le tocó vivir, con altas y bajas como todo empresario, pero con la corajuda perseverancia y trabajo infatigable del provinciano que es. Su triunfo es la inspiración de muchos como él que empiezan de abajo, pagando derecho de piso. “Hacer empresa no es difícil, es tomar decisiones. He escuchado decir a muchos: el gobierno no me da nada… Yo te voy a decir una cosa: la economía la haces tú con tus manos. El gobierno solamente te va a dar los parámetros, las reglas, las leyes, claras y transparentes. El resto tú lo haces”, explica el señor Diógenes, con su voz ronca, casi aguardentosa. Cuando le pregunto sobre la calidad de la ropa gamarrina, me dice que "Un empresario no puede dar gato por libre. Tiene que dar un producto bueno y crear confianza con el comprador. El cliente no viene porque eres bonito; sino, por la calidad y trato que recibe. Por eso, aquí (Gamarra) se hacen mejores las cosas, tanto en producto como en control de calidad, marketing, atención al cliente, etc".

Cambio Generacional

Empiezo a entrar a las tiendas y galerías, una a una para corroborar los resultados de la encuestadora GOP (Grupo de Opinión Pública de la Universidad de Lima) de noviembre del 2009. Según ésta, para el 74.9 % de limeños y chalacos, Gamarra es el lugar favorito para comprar ropa. Y la razón principal de ello son los precios módicos. Precisamente, si algo caracteriza a Gamarra es el precio bajo y, después, lo marcadamente masivo y popular, a pesar de concitar la atención de segmentos con mayor capacidad adquisitiva. Y ¿qué es lo que hace tan baratos los precios en los productos textiles? Pues, la gran cantidad de mano de obra especializada y, también, el bajo costo de producción debido a la diversidad y calidad de servicios. El emporio de Gamarra está cambiando ante nuestros ojos. Atrás quedaron los días de delincuencia, prostitución e informalidad. Hoy luce moderna y cosmopolita, en el más criollísimo sentido de la palabra. Ahora son los hijos de los inmigrantes empresarios, egresados de universidades del país y del mundo, quienes toman las riendas del negocio familiar y aplican sus conocimientos en estrategias de marketing y mejoras en la calidad de producción.

Cuando me decido dar un vistazo en el Parque Cánepa, seguro de encontrar más sorpresas, escucho disturbios y personas corriendo. Lo primero que pienso es “choro” e instintivamente me toco el bolsillo. Pero me equivoco. Sólo los ambulantes se alarman por la cercanía de los hombres de celeste. Estos guardianes del orden son de los pacíficos, no aplican la violencia para espantar a los agentes de venta ambulatoria que siempre pululan el emporio en busca de mejor oportunidad de ganancia. Y ¿quién no quisiera vender, hacer empresa en este lugar? Antes el metro cuadrado costaba 2 mil dólares. Hoy fluctúa entre 4 mil y 5 mil. Gamarra es un imán. Aquí trabajan 80 mil para los más de 25 mil empresarios en los 21 mil negocios ubicados en las 175 galerías que proliferan las 34 manzanas de este coloso, paradigma del capitalismo popular. Uno de estos hombres de celeste me explica que los robos son casi nulos, que vaya tranquilo nomás.

Ya se hizo tarde. Me voy convencido que marcas como Yol, Brujhas, Chikokos, Chiemsee, New Wave, entre otras, tiene nichos bien establecidos en el mercado y compiten en igual nivel con marcas extranjeras. El algodón Pima es embellecido con los diseños y estilos característicos de estos productos peruanos. Definitivamente, Gamarra es lugar de los sueños improbables hechos realidad, un gran pedazo de concreto que vale un Perú.

 
Por: Hugo Ramírez Torres